Desde el anonimato, carta a un amor que
desaparece con el tiempo y al que me agarro por miedo a dejar de sentir. Antes
de esto le escribo, suplicándole que se quede, intentando hacerle entrar en
razón, diciendo que no soy nada si se va, que la marcha es dura si la veo desde
aquí, que me lleve con él pues estoy vaciando un espacio que no querré volver a
llenar.
Muecas de placer y miedo se unen para
ensordecerme, cegarme y callarme ante tanta angustia del no poder hacer, de
llevarme a rastras entre desesperadas acciones para engañar a la convicción de
una mente sellada por el credo de no volver a enamorarse.
No tengo nada sobre la mesa y rasgo su
madera con mi locura, con el sabor de la amargura de no poder decirle adiós con
un beso, llenar su cuello de lágrimas en un abrazo y arrancarle su olor con
la profundidad de mi respiración.
Me despido de tanto que no queda nada.
Cabeza alta y pañuelo en la mano, nada que alzar que le haga cambiar de dirección,
gritar sin voz, decir…ni siquiera adiós.