jueves, 21 de enero de 2016

21/01/2016

    Esta mañana, he salido a desayunar nada más lavarme la cara y los dientes. Dando vueltas en la noche pensé en lo inspirador que sería algún bar madrugador de mi barrio. Sentir al escritor más humano, de gentes y de bares, esos en los que las anécdotas vuelan entre maravillosos olores de casa.
Con la pluma y un papel, bien doblado y guardados ambos en el bolsillo de mi abrigo (ese azul marino, que tanto me gusta y tan mal me queda), he salido a la calle con humor, pero serio, siempre serio por la calle ¡POR FAVOR!
Al llegar he pedido un café y poco más. Colocándome en la esquina más ecléctica (de las 12 posibles). Allí empezaba mi andanza.
Yo y las gentes, las gentes y yo. Una tercera ley de Newton de puro infundado que me empuja contra el suelo y yo...simplemente soy yo. 
Temo sacar la pluma; temo sacar el folio. Empiezo a sentir agobio del mundo que me rodea (¿el escritor más humano?).
El café humea y no me respeta, me ve sufridor y no se acelera en enfriar. Me quemo, me da igual...
Oigo voces de fondo que se mezclan con las de mi cabeza, les juego a las adivinanzas: '¿qué hace ese chico en un bar a estas horas? Sin mochila, ni pintas de ir a trabajar...estos jóvenes, están sin estar'
Me voy tan rápido que la propina es un impulso inconsciente. Me voy menos escritor y aún menos humano.

Cuando llego a casa me desvisto,
intento rebotar con la pared.
Sé que ríen por mí ahora...
no pensé en mí así ayer.
Ridículo de pluma y papel.
Estúpido escritor;
triste humano poeta:
has dejado en vergüenza
lo poco que de ti queda.
Consuélate en la ducha,
si te resbalas no levantes,
permítete ahogarte a medias
como a medias vives:
medio tú...
medio muerte.