Después de meses
bajo un techo de cristal, olvidamos el tiempo.
Después de meses
sin hablar, olvidamos las risas y nos quedamos en los huesos.
Después de meses
consternados por la espera del deseo, olvidamos los gestos, las
esperanzas e incluso la propia espera.
Después de meses,
solos, olvidados, odiamos…
Sucumbimos
finalmente a las palabras, vacías por su desuso, sin sentido.
Tardamos días en encontrar coherencia a nuestras expresiones,
ayudados por gestos malignos de unas manos duras, secas y agrietadas
por la sal de lo que un día fueron lágrimas (de un llanto teatral,
parte de un juego de sensaciones rotas, del que nos hicimos expertos,
maestros de un maltratar singular, presos de nuestro propio vicio.
Asesinos de costumbres). Nos prestamos miradas de cientos ¡miles!
Habíamos cambiado, ella mayor y yo, peor. Constantes, solo actuó el
tiempo. Como si fuésemos barcaza y no cuerpo, y la marea un mal
ejemplo, atracamos en la ausencia del cariño. Fríos. Permanecimos
en el ajetreo del ajedrez carnal. Perdimos, perdiste, perdí y herí
(jaque).
Ya longevos,
cruzamos las circunferencias de nuestros espacios y acordamos ceguera
y tacto. Recuperando el aliento entre ahogos jovenzuelos, dilatando
los esfuerzos de vidas pasadas, corrimos entre los calores de tierra
yerma.
Hambre.
Hambrientos...volvimos a separarnos.
La tarde de un día
antes o después, amenazada la cordura, me habló: “a veces, cuando
estoy triste y pienso en mi madre, escondo los ojos y escurro mis
piernas. Se me amarga la piel y se enredan mis dedos. Cruzo el aire
en duelo, por el balanceo entre sus brazos. Lloro, con fuerza y
energía, suplicando por cualquier banalidad. Crezco despacio, me
duelen los huesos, pero aún más sus…¡me suelta para bailar! (o
eso creo), la veo reír, girar y girar, intento aplaudir pero, no sé.
Luego despierto, no recuerdo si en cama o suelo, pero las paredes
gritan y el cielo cae; yo me tapo, hasta arriba ¡ARRIBA! Y rezo sin
saber creer. Viene, me besa y se va...se va...se va...(por favor no
te vayas, no te vayas mamá...no te vayas...mamá...)” De repente
se tapa, como me cuenta y narra. Agarra con fuerza una manta de color
oscura que creó nuestra imaginación, yo marcho a socorrerla, tardo
horas, días, semanas… llegué tarde (o temprano). No quiso mi
consuelo, ayuda o exceso. No quiso. Pero no me fui. No me he ido.