viernes, 27 de febrero de 2015

Adiós.

    Ahora puedo escuchar el leve sonido de una despedida que hace mucho sonó. Llega y me golpea en el costado haciéndome caer, desvalido y sin fuerza. Aprovecho para colocar el rostro en el asfalto y sentir el calor que el sol le ha prestado. Somos deudas, préstamos que en el tiempo desvanecen, junto con promesas y sueños que nunca llegan a cumplirse. Dando la espalda al miedo miramos de frente al precipicio de la desesperación y ahí, no queda más remedio que saltar. Alcemos pues nuestros cuerpos que, aún pegados, parecen uno, abracémonos y saltemos, ya que si la muerte es, será para retenerte conmigo en la eternidad. El amor no se apaga.
¡Oh! Fósforo que acompañas en la oscuridad las almas que vagan sin esperanza.
¡Oh! Aliento que sacas del fondo del mar.
¡Empújame! Quiero nacer, programarme en la indecisión para saber que aunque duela, he siempre de arriesgarme.

domingo, 22 de febrero de 2015

Brillar.

En la máxima de las luces estoy viendo una estrella que no alumbra, solo está. Adorable silencio y sigilo que, adornado de un traje azul acompaña a la mañana. Es soledad en vida y llevada  con orgullo. Es ejemplo ante la desesperación y alarde frente a la vergüenza.
La admiro… la amo.
No presume. Baila al son del sol que marca un ritmo de horas y minutos. No ansía su momento de gloria porque sabe que llegará.

Aprende a hacerse esperar. Yo ansío verla brillar.

sábado, 21 de febrero de 2015

Golpes.

 Ayer, tras pasar una noche horrible, llena de recuerdos y presencias, despertares con dolor  en la espalda y con sed pero no de agua, me levanté con un rubor en los ojos que alimentaban mis ganas de arrancarme la cabeza del cuerpo. Anduve hasta el baño y metí la cabeza bajo el grifo, corté el agua y dejé unos minutos la cabeza sobre el lavabo respirando lo más lento que me permitían los pulmones. Estiré los brazos buscando una toalla mientras tiraba todo lo que encontraba a mi paso. Ya con una toalla en la cabeza me senté en el váter, como un boxeador derrotado por su ego en la esquina del cuadrilátero. Lloré levemente y me golpeé la cara con la mano abierta, castigándome por mi debilidad. Seco, bajé las escaleras hasta la cocina, preparé el peor café de la historia y lo bebí asqueado como quien toma su primera copa de whisky solo; también solo, pero de espíritu. Cansado ya de vivir a las 8.30 de la mañana volví a mi cuarto y saqué los apuntes para, con un manotazo, alejarlos de mí. Puse música y encendí la calefacción, me coloqué el gorro de la sudadera y subí las piernas a la mesa mientras agarraba el libro Bukowski que estaba leyendo. Tras dos páginas interminables recosté la cabeza sobre el respaldo de la silla y tiré el libro contra la pared. Volví a llorar.
    ‘In crescendo’, desde la profundidad de mi ser, empecé a escuchar mi nombre, iba escalando mi cuerpo hasta que estalló en mi cabeza y abrí los ojos para, quitándome los auriculares con excitación oír a mi padre gritando y mandándome bajar para almorzar. Bajé y me senté en el sofá, con una respiración que parecía un continuo suspiro y unos ojos llorosos a los que les encandilaba la propia oscuridad. A mitad del almuerzo sentí un ahogo en mi garganta que no cesaba, agobiado me levanté golpeando la mesa hacia delante y corriendo hasta el patio, aspiré con todas mis fuerzas y acabé vomitando en el suelo, cayendo de rodillas y berreando como un bebé. Mi padre llegó y me acercó un paño mojado para que me limpiase la boca y refrescase la cara, me senté y seguí llorando, él preguntaba asustado qué me pasaba, pero yo no oía nada hasta que me abofeteó la cara. Yo seguía llorando. Él, cansado volvió al salón con su comida. Pálido, tragaba saliva y secaba mi cara con las mangas de la sudadera.

 (No lo entienden, pero no puedo más, no aguanto; he respirado suficiente ya de lo que un día pudo ser aire pero hoy no es nada más que un oscuro reflejo camuflado de contaminación). Agarrándome a la pared me levanté y caminé hasta el césped. Un tanto más relajado me senté y toqué la hierba húmeda; me eché y sentí el frescor en mi nunca. Volví a sentir el ahogo, esta vez simplemente aguanté. (Aquí viene el silencio, titubeante, sin hacerse notar hasta que te envuelve y aísla, hasta desaparecer). Ya no respiro.

sábado, 14 de febrero de 2015

No hay mucho que decir.

    Ya en la cama intento buscar una postura en la que no me duelas, un sueño que no te atrevas a perturbar o una luz que no tenga miedo de apagar por adivinar mi soledad. A ritmo de mi corazón descompasado bailo hoy los recuerdos que me advienen en tu ausencia, los sentimientos que harto ya de remover guardo en el congelador con esperanza de un día poder volver a probar. Vibran mis ojos intentando verte entre tantas sombras, entre tanto yo con tan poco que merezca la pena destacar. Me tiro al suelo buscando el frío, para, congelado volver al calor de las sábanas y el abrazo de mi almohada que juega el papel que dejaste vacante con tu marcha. 
Parece que empiezo a descansar, los músculos dejan de estar tensos y el alma se rinde; me deja indefenso ante cualquier ataque.
 Lo mejor será cerrar los ojos, sin miedo. Sin ti.

viernes, 13 de febrero de 2015

Ella estaba allí.

    Esta noche no leo, se me hace cansado y aburrido. Los brazos pesan intentando mantener separadas las hojas mientras la rodilla palpita recordando el dolor. El corazón ya no, no recuerda…olvida, el jodido olvida solo lo que le da la gana.
Abro y cierro los cajones de la mesita de noche buscando cualquier tontería que me sirva como marca páginas, luego cojo la pastilla más grande que encuentro y la engullo sin agua. Apago luces y ojos,  dejándome llevar por el dolor y colocando las manos bajo mi cabeza intentando imaginar cómo ha sido y será todo. En mi mente me coloco allí, me recuerdo allá y voy intercambiando miradas con pensamientos desconocidos. El sonido del aire acondicionado retumba haciendo eco en mi cabeza así que lo apago matando a golpes el mando como culpable de mi mal dormir. Tras gritarle un par de veces a mi hermano que baje el volumen de la mierda que esté viendo en la tele me empieza a hacer efecto la droga y caigo en un profundo sueño. Este mismo es el que a las seis de la mañana me hace despertar junto con unas ganas tremendas de mear (disculpad que no diga hacer pipí pero es que estoy en mi puta casa), así que me levanto como puedo y cojo las muletas en la oscuridad, no me da tiempo a llegar y ya tengo congelado el pie, cuando estoy delante del váter me la saco e intento acertar dentro a la pata coja (¡madre mía qué cachondeo!), me lavo las manos y vuelvo a la cama a toda la velocidad que me permite mi cojera.
Ya en la cama empiezo a pensar en el sueño que consiguió despertarme y sin ganas de volverlo a recordar mejor plasmarlo tal cual: he soñado algo tan amargo que el sabor aún perdura en mi boca, algo tan dulce que la lengua se humedece al recordarlo y algo tan doloroso y esperanzador que el desconcierto me hace olvidar todo. Y es que ella estaba ahí.
Apartado en una sala, mientras todos divertían, quejándome de mi propia desdicha vino a mí, rogándome perdón y paciencia, diciendo que siempre sería mía. Confundido pero a la vez febril de emoción le pedí que dejara de beber y se sentase a mi lado, pues necesitaba escuchar eso sin notar sus ojos atacados por los efectos del alcohol. Y joder…disfruté cada aliento suyo en mi cuello, cada caricia en la mano húmeda del sudor por el calor del contacto, cada palabra que susurraba mientras se quedaba dormida y cada olor que venía a mí en sus leves movimientos. Ahí acabó, despertó aturdida y ahora sí con mirada fija y sincera, arrepintiéndose de sus palabras y castigándome por haberla retenido allí conmigo. Yo no quería volver en mí, esperaba encontrar un atisbo de esperanza en un gesto o mirada al que agarrarme pero se fue y volví a quedarme solo.
Aquí, amigos, el sueño paró y saltó para trasladarme en tercera persona a un autobús donde volvía a verla. No estaba sola, cruzaba un brazo con su acompañante, al que no me atreví a mirar por miedo al dolor, me fijaba en su boca, la de ella, sus labios que entre palabras simulaban sonrisas que me atravesaban por dentro y ¡DIOS! Nunca había sentido una punzada tan certera y dolorosa. Se veía feliz, radiante con sus pómulos cargados de color y sus ojos achinados durante las sonrisas. Y yo, mientras, entraba en confusión, esa mezcla que es el amor, de egoísmo y generosidad. Acabando loco, en el mismo sueño, intentando olvidar.
De repente, volví a saltar, y no, allí ya no estaba ella, ya no merecía la pena soñar. 

martes, 3 de febrero de 2015

Una mañana cualquiera.

    Son las cinco de la mañana y tiene que levantarse a las 8.30, como conoce su inconsciencia despistada y su capacidad para apagar el despertador aun en el más profundo de los sueños se programa 3 alarmas. “Es raro (piensa), no siento pereza, sino ganas de levantarme, ir al puto médico y acabar cuanto antes, después me apetece dar un paseo por la plaza del barrio, desayunar con el frío de la mañana y los perros ladrando a mi alrededor. Siempre he valorado esa brisa que te congela las orejas y te hace meter las manos con fuerza en los bolsillos del abrigo casi rompiéndolos por el fondo”. Como es incapaz de dormir aun habiendo tomado los relajantes que su madre siempre le recuerda se pone a hablar en voz alta en la oscuridad. Está jodido, lo sabe, pero intenta cambiar, no subordinarse a la decadencia y coger su futuro por los huevos, dándole de paso un par de azotes. Entre tanta gilipollez se queda dormido.
Despierta sin oír la alarma, en cambio escucha gimotear a los hijos de la puta de su vecina, que más que madre parece una abuela jodida por los juanetes. Mira el móvil y marca las 8.25, creyendo aun temprana la hora se coloca los huevos y se da la vuelta en la cama cuando de repente empieza a oír un traqueteo por los conductos de ventilación, cada vez más cerca hasta que finalmente cae…una puta cucaracha se posa a su lado en la cama, más que con asco se levanta maldiciendo a los vecinos por haber conectado el aire acondicionado, agarra un libro de su mesa de noche y estampa a la cucaracha contra ella. Ya, más despierto que con 15 despertadores sonando a la vez, coge el móvil y apaga todas las alarmas. Se va al baño desnudo, tirando los calzoncillos en el pasillo y cogiendo el botecito de muestras que le dieron en el hospital. Se sienta en el váter y empieza a cascársela, sin mucha apariencia de que esa cosa flácida se fuese a despertar de su dulce sueño, así que la suelta, se levanta y hace un par de estiramientos acompañadas de unas respiraciones de relajación, entre tanto rollo monje no puede evitar soltar una risa. Se vuelve a sentar y comienza otra vez el meneo, eso acaba surtiendo efecto y termina convirtiéndose en una paja mañanera maravillosa, el momento de apuntar todo eso dentro del bote fue un poco difícil y desagradable, pero bueno, una paja es una paja. Con las mismas se mete en la ducha y se queda ahí cantando cosas sin sentido hasta que se le va toda la caraja que le había dejado el onanismo matutino encima.
    Ya vestido y con colonia hasta detrás de las orejas se pasea hacia el autobús que en 10 min aparecería por la esquina, pensaba que iba a ser incómodo estar pegado a tanta gente desde bien temprano con un bote en el bolsillo que llevase la marca de la casa, aunque al final le pareció bastante gracioso. Lo dicho, llegó al hospital y se fue directo a la sala de análisis, dio sus datos y le mandaron esperar. Se sentó al lado de una viejecita que esperaba con la manga remangada para que le sacaran sangre, ella no paraba de frotarse el brazo y repetir que hacía un frío de muerte, aunque en realidad hacía un calor que te cagas allí dentro. Tras veinte minutos le hicieron pasar y colocar su muestra en una bandeja llena de botecitos de colores, el capullo hizo una broma a la enfermera diciendo que si eso era para jugar al parchís, a lo que ella le respondió que cogiese su informe y saliese por la puerta de la derecha (borde…). Ya fuera decidió ir andando hasta la plaza de su barrio que estaba a unos 20 min del hospital.


    Cuando llegó a la plaza se sentó en un bar con cristaleras enormes que le encantaba aunque era jodidamente caro. Pidió café con leche y una tostada con aceite y tomate, le pusieron un bote de aceite y un tarrito con tomate triturado junto a las tostadas (le encantaba bañar las tostadas en aceite), mientras comía con las gafas de sol puestas observaba el ir y venir de la camarera que con tanto desparpajo servía y recogía vasos de las mesas. Acabó y pidió la cuenta junto con un vaso de agua, cuando llegó la camarera él se levantó de la silla y sacó cinco euros del bolsillo trasero, los puso sobre la mesa y se bebió de un sorbo el vaso de agua, dio las gracias y salió. Mientras caminaba decidió que hacía demasiado frío en la calle para simplemente pasear así que de camino a casa compró el periódico. Abriendo la puerta de entrada al descansillo se encontró con su vecino que salía a pasear al perro, saludó con la cabeza gacha y abrió la puerta de su piso. Entró y puso la calefacción a tope, se desnudó y agarró sus gafas de cerca, puso un cojín enorme en uno de los brazos del sofá y se tiró a leer el periódico. Tras media hora estancado en la sección de economía, el calor empezó a jugar su roll y él se dejó llevar por la subida de temperatura. Dejó el periódico suavemente en el suelo y colocó su mano fría bajo el culo hasta que se quedó dormido (valiente vago hijo de puta).