Esta
noche no leo, se me hace cansado y aburrido. Los brazos pesan intentando
mantener separadas las hojas mientras la rodilla palpita recordando el dolor.
El corazón ya no, no recuerda…olvida, el jodido olvida solo lo que le da la
gana.
Abro y
cierro los cajones de la mesita de noche buscando cualquier tontería que me sirva
como marca páginas, luego cojo la pastilla más grande que encuentro y la
engullo sin agua. Apago luces y ojos,
dejándome llevar por el dolor y colocando las manos bajo mi cabeza
intentando imaginar cómo ha sido y será todo. En mi mente me coloco allí, me
recuerdo allá y voy intercambiando miradas con pensamientos desconocidos. El
sonido del aire acondicionado retumba haciendo eco en mi cabeza así que lo apago
matando a golpes el mando como culpable de mi mal dormir. Tras gritarle un par
de veces a mi hermano que baje el volumen de la mierda que esté viendo en la
tele me empieza a hacer efecto la droga y caigo en un profundo sueño. Este
mismo es el que a las seis de la mañana me hace despertar junto con unas ganas
tremendas de mear (disculpad que no diga hacer pipí pero es que estoy en mi
puta casa), así que me levanto como puedo y cojo las muletas en la oscuridad,
no me da tiempo a llegar y ya tengo congelado el pie, cuando estoy delante del
váter me la saco e intento acertar dentro a la pata coja (¡madre mía qué
cachondeo!), me lavo las manos y vuelvo a la cama a toda la velocidad que me
permite mi cojera.
Ya en
la cama empiezo a pensar en el sueño que consiguió despertarme y sin ganas de
volverlo a recordar mejor plasmarlo tal cual: he soñado algo tan amargo que el
sabor aún perdura en mi boca, algo tan dulce que la lengua se humedece al
recordarlo y algo tan doloroso y esperanzador que el desconcierto me hace
olvidar todo. Y es que ella estaba ahí.
Apartado
en una sala, mientras todos divertían, quejándome de mi propia desdicha vino a
mí, rogándome perdón y paciencia, diciendo que siempre sería mía. Confundido
pero a la vez febril de emoción le pedí que dejara de beber y se sentase a mi
lado, pues necesitaba escuchar eso sin notar sus ojos atacados por
los efectos del alcohol. Y joder…disfruté cada aliento suyo en mi cuello, cada
caricia en la mano húmeda del sudor por el calor del contacto, cada palabra que
susurraba mientras se quedaba dormida y cada olor que venía a mí en sus leves
movimientos. Ahí acabó, despertó aturdida y ahora sí con mirada fija y sincera,
arrepintiéndose de sus palabras y castigándome por haberla retenido allí
conmigo. Yo no quería volver en mí, esperaba encontrar un atisbo de esperanza
en un gesto o mirada al que agarrarme pero se fue y volví a quedarme solo.
Aquí,
amigos, el sueño paró y saltó para trasladarme en tercera persona a un autobús
donde volvía a verla. No estaba sola, cruzaba un brazo con su acompañante, al
que no me atreví a mirar por miedo al dolor, me fijaba en su boca, la de ella,
sus labios que entre palabras simulaban sonrisas que me atravesaban por dentro
y ¡DIOS! Nunca había sentido una punzada tan certera y dolorosa. Se veía feliz,
radiante con sus pómulos cargados de color y sus ojos achinados durante las
sonrisas. Y yo, mientras, entraba en confusión, esa mezcla que es el amor, de
egoísmo y generosidad. Acabando loco, en el mismo sueño, intentando olvidar.
De repente,
volví a saltar, y no, allí ya no estaba ella, ya no merecía la pena soñar.