Donde las esquinas son de blanca cal, piedra frecuente y siempre
huele a fresco, está el hogar de mi abuela. Allí la encontré,
subiendo la cuesta de su patio, en la que paró a calmar su angustia.
Me acerqué, débil de corazón y con el rostro en pena incolora, y
para cuando me tuvo entre sus brazos yo ya dormía. Pero escuché,
entre alaridos de su alma: 'ayer mientras moría, cubrí mi cama y
dejé mis ropas, guardé joyas y pañuelos, vencí el lamento e
invité al desalojo de un cuarto en ruinas. Ventanales que no dejan
correr el viento y hacen preso al frío, que en rutina quiebra y
enhebra a oscuras. Canté mis salmos y os tuve en mis plegarias.
Mientras moría, todo mientras moría. Hallé una lumbre que hizo
sombra el hueco por el que me hundía. Deseaba ¡DESEABA! Deseaba
sostener el destello de una mirada fija en el fuego, arrancar de mis
huesos ese dolor latente que ahora todo ocupa, para que no haya culpa
en mis gestos cuando todo de velos lo cubra. No cupo condena en el
sufrimiento pero sí un fulminar a mi aliento, seco. Fue para mí un
dulce tormento. Mientras moría, todo ocurrió mientras moría.
Supliqué en un leve pero intenso, que colmara mi mente el recuerdo
de 'mi amor…' ¡MI AMOR! Anhelo, prolongado en cada noche,
omnipresente. Vi retorcer mi espalda y escuché a tu abuelo (“¡oh,
mía!¡OH, MÍA!”). Grité, te juro que grité “!voy a morir de
pena!” y con un desliz caí, en un vacío donde mi palpitar se hizo
eco. Moría, mi vida...moría.'
viernes, 28 de agosto de 2015
lunes, 24 de agosto de 2015
Agosto.
Es noche fría de
agosto
y yo con mi torpe
caminar
escudriño un mar
angosto
pero no, me he
vuelto a equivocar.
Así que sigo,
paciente pasajero
de notas
marchitas y cante banal
por pieles de
triste rostro
que no acabaron
de cincelar.
Ella llora por
doliente eterno
mientras me hace
hueco en su seno a desnudar
escucho un
palpitar tardío
en el que vierto
éxtasis con ansias de rebosar
y es que tú, en
tu exilio
resucitaste de
tus divinidades en protesta
para no dejarme,
en esta noche fría de agosto, solo.
domingo, 23 de agosto de 2015
¿Poema o problema?
Escudriñado
deseo de súplica febril
atención
me pides, ruegas tras amargo infeliz.
Despedido
de cuerpo, en cornisa de hueso
grito,
grito. Eco vago que vaga preso;
tras mi
zozobra, concubina, sombra infiel
y en mi
piel, apego. Estrecho surco hecho papel
de
mojado filo, de cuerpo carmín, jinete del esperpento
que
corre con freno musical a lucha de efecto.
Despojado
del parecer me hago escombro sin ser
y, en
tropel, alzamos armas de amargo entender;
encarnizados,
encarecidos rostros de retrato astral.
Triste,
el cielo, cubre en nuboso amedrentar.
Ruido,
estruendo, lloro aletargado
mientras
ella me miraba (y yo colgaba la muerte en el pasillo)
escondía
sus alientos y, en ellos, sufrimiento.
Pudiente,
de amor latente, quiebro de dolor.
(La imagen pertenece a un fotograma de la película francesa 'Le Genou de Claire')
jueves, 20 de agosto de 2015
Cada día.
Me pide que
me vaya, parece cansada, ella dice que no lo está, solo insiste en
que me vaya. Sí, yo creo que está cansada. Me voy, simplemente me
voy, con paso distraído y los ojos clavados en mis pies, pienso en
ellos, si tendrán una forma de comunicarse con el suelo, me siento
cruel, pues si es así les hago imposible la conversación en el
caminar. Soy un destructor. Quise ser cómico, siempre
me gustó el sonido de las carcajadas aunque odio el
gesto expresivo de una cara al sonreír. Prefiero la seriedad, la
sinceridad de una mirada fija. Sí, está cansada, seguro. Ella no me
mentiría, me quiere. Está cansada. Cuando era pequeño adoraba irme
al patio con mi fruta para merendar, solían ser melocotones o
naranjas, aunque en días especiales mi madre me preparaba un tazón
con fresas, lavadas, troceadas y acompañadas de una cucharadita de
azúcar. Un día (este era normal, comía melocotón) en medio de la
merienda, sentado en el escalón que separa el patio del jardín, mi
padre me pidió que fuera en su busca, no recuerdo la razón, solo
que al volver encontré la fruta que había dejado encima del plato
lleno de hormigas, devorando mi merienda, y que me mantuve en
silencio durante unos minutos sin saber qué hacer. No he vuelto a
merendar. Puede que esté triste. Sigo por la calle Los
pedrales, me gusta mirar los balcones de la casa de Julio, su madre
se lleva toda la tarde cuidando y regando las plantas, es una mujer
hermosa pese a su edad y suelo pasar por debajo para que me caigan
las gotas de agua de las macetas solo para escuchar su “¡AY HIJO,
lo siento!”. Si estuviese triste se lo habría notado al
instante ¿o no? Sinceramente prefiero el café al té, el olor a
quemado cuando se hace en la cafetera italiana y ese sabor
sorprendente a tueste y amargor con una textura más densa de lo
esperado. Poca leche, media cucharada de azúcar y un pelín de
espuma, por favor. Las chicas son complicadas. Bueno, yo soy muy
raro. Pero ella me gusta ¿gustarme? ¡joder, la quiero! En los
anocheceres, cuando el sol muestra su levedad y arremete el frío,
bajo al huerto y huelo los tomates, mi madre cree que le hago el
favor de apagar el riego, pero en realidad lo hago porque disfruto
con su frescor y peculiaridad (jajaja ¡ESTOY ENFERMO, JODER!) Hay
días que los paso en casa, en mi cuarto, solo. Aquí, aprieto con
fuerza mi ser, hacia dentro, obligándolo a permanecer ahí, entre
las costillas. Amenazo a mis sentimientos y castigo a mis impulsos.
Pero ¿ella me quiere? ¿seguro? Quería que me fuera, yo lo he
hecho, como me ha pedido. Suelo nadar con música, no soporto
el agua en los oídos y el sonido de mi corazón como pidiendo
escapar, me da escalofríos y a la vez pena, una pena terrible. Suelo
llorar cuando nado. No se nota, todo es agua. No me quiere. Es
eso. Ya no. Me siento, apoyando la espalda contra la pared de una
casa cualquiera y subiendo los pies, dejando las
rodillas a la altura de mi pecho, de forma que quepo en
la acera. Aquí, ahora, soy objeto de mi propia burla, y recojo las
minúsculas piedras que hay en los huecos de las baldosas que
componen el acerado para acumularlo en mi mano y volverlo a dejar en
el suelo. Es normal que no me quiera. Veo dos coches pasar,
uno rojo y otro negro. Me levanto y...no, no me levanto. Me duele,
entre las costillas, punzante. Ahora pica, quema un poco. Vuelve a
doler. No me levanto. No me quiere. Es normal, yo tampoco.
miércoles, 19 de agosto de 2015
19.08.2015
He convertido
nuestras calles en avenidas arenosas que ahora perfumo y baño en
colonia de té blanco. Juegan y se ensucian un par de intenciones,
otras charlan y nuestros cuerpos, observadores jovenzuelos que tratan
con recelo el cariño de los dioses, enajenados, como objeto de
cordel finito, siguen el azote del tiempo llenando sus miradas de
simetría y deseo, pues el pecado es razón y henos aquí con razón,
a pecar.
Entre factores de
diferente textura elegimos ser madera ya quebrantada. Joven del ayer,
fachada marchita de ser enérgico en el padecer, honroso elogio del
que cae, pudiendo su roce concluir en destello. Luz.
En conmemorada
cita somos servidumbre de nuestros semblantes (“¡qué bella”!) y
acogemos en regazos de amor pausado la diferencia que creó la
conciencia al tratar nuestra existencia. Matiz ilegible de un rincón
oscuro, de piel inodora y sabor agridulce.
(Foto de François Fontaine)
miércoles, 12 de agosto de 2015
Kamikaze.
Hoy me paro y doy mi versión:
--- Llevo 12 días aguantando la respiración. El aire seca mis heridas y yo prefiero estar abierto a la posibilidad, dudar de la coalición de mis armas que me buscan en suicidio (de demanda personal).
Alocado encuentro de mis manos en secreto rezo, a espaldas de religión y sacramento, sin súplica aparente, gesto kamikaze, delata la sensación de culpa, así que maquillo el ambiente con semblante de noble, pero, al parecer soy bandido y mis mejillas están secas.
Salgo a pasear, en caza hambrienta me disfrazo de animal atormentado y me presto presa del asombro. Vienen a mi encuentro los que un día colgarán mi cabeza, armados, me llaman 'asesino' y yo, cobarde, echo a volar.
Fui a pelarme, aún joven, allí adquirí vejez en el trato, hablando con el barbero de aventuras en lugares inventados por la demencia. Tan aturdido, el pobre, trató de dejarme marchar, yo, cruel, le dije la verdad: 'Soy pirámide de roca cobriza, en lluvia me desangro y contengo el fluir con harapos. Ahora túmbese, voy a escapar.'---
No hay confesión pues no he matado, solo muerto. Hoy vivo como cada día.
--- Llevo 12 días aguantando la respiración. El aire seca mis heridas y yo prefiero estar abierto a la posibilidad, dudar de la coalición de mis armas que me buscan en suicidio (de demanda personal).
Alocado encuentro de mis manos en secreto rezo, a espaldas de religión y sacramento, sin súplica aparente, gesto kamikaze, delata la sensación de culpa, así que maquillo el ambiente con semblante de noble, pero, al parecer soy bandido y mis mejillas están secas.
Salgo a pasear, en caza hambrienta me disfrazo de animal atormentado y me presto presa del asombro. Vienen a mi encuentro los que un día colgarán mi cabeza, armados, me llaman 'asesino' y yo, cobarde, echo a volar.
Fui a pelarme, aún joven, allí adquirí vejez en el trato, hablando con el barbero de aventuras en lugares inventados por la demencia. Tan aturdido, el pobre, trató de dejarme marchar, yo, cruel, le dije la verdad: 'Soy pirámide de roca cobriza, en lluvia me desangro y contengo el fluir con harapos. Ahora túmbese, voy a escapar.'---
No hay confesión pues no he matado, solo muerto. Hoy vivo como cada día.
viernes, 7 de agosto de 2015
A.
Atraviesa las arenas, mensajera, en virtud de sus palabras, hacia mí, que espero hecho ermitaño mientras canto las canciones de un abuelo que decía ser señor de tierras tan al sur que perdías la cabeza buscando sus faldas.
Corre descalza, en alzas de un caballo de juguete, y yo, jinete de sueños, la envidio. Me lanza saludos y cometas, me pide que aprenda a volar y la espere en las dunas del atardecer. Quiere ver cómo me seco las ganas de sobrevivir y sublimo, siendo espíritu que vaga en protesta contra la eternidad y limita sus quehaceres al contemplar de un semblante bello como su florecer.
Trae recuerdos, inocentes, de lugares en los que prometió pensarme. Yo he quedado allí, partículas de cuerpo gaseoso, que se hizo vapor en su aliento.
Le repito, nocturna, mi disposición ante sus súplicas en ópera trágica. Sacrifico mi cuerpo en extinción, colgando de sus ramas y, como última estocada noto mi pecho en llamas. Pero, de repente, frío, mucho frío y de filos punzantes desciendo en blanco alud, sensible, buscando roca que me haga arroyo.
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