viernes, 28 de agosto de 2015

Abuela.

    Donde las esquinas son de blanca cal, piedra frecuente y siempre huele a fresco, está el hogar de mi abuela. Allí la encontré, subiendo la cuesta de su patio, en la que paró a calmar su angustia. Me acerqué, débil de corazón y con el rostro en pena incolora, y para cuando me tuvo entre sus brazos yo ya dormía. Pero escuché, entre alaridos de su alma: 'ayer mientras moría, cubrí mi cama y dejé mis ropas, guardé joyas y pañuelos, vencí el lamento e invité al desalojo de un cuarto en ruinas. Ventanales que no dejan correr el viento y hacen preso al frío, que en rutina quiebra y enhebra a oscuras. Canté mis salmos y os tuve en mis plegarias. Mientras moría, todo mientras moría. Hallé una lumbre que hizo sombra el hueco por el que me hundía. Deseaba ¡DESEABA! Deseaba sostener el destello de una mirada fija en el fuego, arrancar de mis huesos ese dolor latente que ahora todo ocupa, para que no haya culpa en mis gestos cuando todo de velos lo cubra. No cupo condena en el sufrimiento pero sí un fulminar a mi aliento, seco. Fue para mí un dulce tormento. Mientras moría, todo ocurrió mientras moría. Supliqué en un leve pero intenso, que colmara mi mente el recuerdo de 'mi amor…' ¡MI AMOR! Anhelo, prolongado en cada noche, omnipresente. Vi retorcer mi espalda y escuché a tu abuelo (“¡oh, mía!¡OH, MÍA!”). Grité, te juro que grité “!voy a morir de pena!” y con un desliz caí, en un vacío donde mi palpitar se hizo eco. Moría, mi vida...moría.'


He despertado varias veces en el patio de una casa vacía, entre lloros y súplicas. Y no vuelve, nada vuelve.

(La fotografía pertenece a @matthewbrookesphoto on Instagram)

lunes, 24 de agosto de 2015

Agosto.

Es noche fría de agosto
y yo con mi torpe caminar
escudriño un mar angosto
pero no, me he vuelto a equivocar.
Así que sigo, paciente pasajero
de notas marchitas y cante banal
por pieles de triste rostro
que no acabaron de cincelar.
Ella llora por doliente eterno
mientras me hace hueco en su seno a desnudar
escucho un palpitar tardío
en el que vierto éxtasis con ansias de rebosar
y es que tú, en tu exilio
resucitaste de tus divinidades en protesta
para no dejarme, en esta noche fría de agosto, solo.

domingo, 23 de agosto de 2015

¿Poema o problema?

Escudriñado deseo de súplica febril
atención me pides, ruegas tras amargo infeliz.
Despedido de cuerpo, en cornisa de hueso
grito, grito. Eco vago que vaga preso;

tras mi zozobra, concubina, sombra infiel
y en mi piel, apego. Estrecho surco hecho papel
de mojado filo, de cuerpo carmín, jinete del esperpento
que corre con freno musical a lucha de efecto.

Despojado del parecer me hago escombro sin ser
y, en tropel, alzamos armas de amargo entender;
encarnizados, encarecidos rostros de retrato astral.
Triste, el cielo, cubre en nuboso amedrentar.

Ruido, estruendo, lloro aletargado
mientras ella me miraba (y yo colgaba la muerte en el pasillo)
escondía sus alientos y, en ellos, sufrimiento.
Pudiente, de amor latente, quiebro de dolor.


(La imagen pertenece a un fotograma de la película francesa 'Le Genou de Claire')

jueves, 20 de agosto de 2015

Cada día.

    Me pide que me vaya, parece cansada, ella dice que no lo está, solo insiste en que me vaya. Sí, yo creo que está cansada. Me voy, simplemente me voy, con paso distraído y los ojos clavados en mis pies, pienso en ellos, si tendrán una forma de comunicarse con el suelo, me siento cruel, pues si es así les hago imposible la conversación en el caminar. Soy un destructor. Quise ser cómico, siempre me gustó el sonido de las carcajadas aunque odio el gesto expresivo de una cara al sonreír. Prefiero la seriedad, la sinceridad de una mirada fija. Sí, está cansada, seguro. Ella no me mentiría, me quiere. Está cansada. Cuando era pequeño adoraba irme al patio con mi fruta para merendar, solían ser melocotones o naranjas, aunque en días especiales mi madre me preparaba un tazón con fresas, lavadas, troceadas y acompañadas de una cucharadita de azúcar. Un día (este era normal, comía melocotón) en medio de la merienda, sentado en el escalón que separa el patio del jardín, mi padre me pidió que fuera en su busca, no recuerdo la razón, solo que al volver encontré la fruta que había dejado encima del plato lleno de hormigas, devorando mi merienda, y que me mantuve en silencio durante unos minutos sin saber qué hacer. No he vuelto a merendar. Puede que esté triste. Sigo por la calle Los pedrales, me gusta mirar los balcones de la casa de Julio, su madre se lleva toda la tarde cuidando y regando las plantas, es una mujer hermosa pese a su edad y suelo pasar por debajo para que me caigan las gotas de agua de las macetas solo para escuchar su “¡AY HIJO, lo siento!”. Si estuviese triste se lo habría notado al instante ¿o no? Sinceramente prefiero el café al té, el olor a quemado cuando se hace en la cafetera italiana y ese sabor sorprendente a tueste y amargor con una textura más densa de lo esperado. Poca leche, media cucharada de azúcar y un pelín de espuma, por favor. Las chicas son complicadas. Bueno, yo soy muy raro. Pero ella me gusta ¿gustarme? ¡joder, la quiero! En los anocheceres, cuando el sol muestra su levedad y arremete el frío, bajo al huerto y huelo los tomates, mi madre cree que le hago el favor de apagar el riego, pero en realidad lo hago porque disfruto con su frescor y peculiaridad (jajaja ¡ESTOY ENFERMO, JODER!) Hay días que los paso en casa, en mi cuarto, solo. Aquí, aprieto con fuerza mi ser, hacia dentro, obligándolo a permanecer ahí, entre las costillas. Amenazo a mis sentimientos y castigo a mis impulsos. Pero ¿ella me quiere? ¿seguro? Quería que me fuera, yo lo he hecho, como me ha pedido. Suelo nadar con música, no soporto el agua en los oídos y el sonido de mi corazón como pidiendo escapar, me da escalofríos y a la vez pena, una pena terrible. Suelo llorar cuando nado. No se nota, todo es agua. No me quiere. Es eso. Ya no. Me siento, apoyando la espalda contra la pared de una casa cualquiera y subiendo los pies, dejando las rodillas a la altura de mi pecho, de forma que quepo en la acera. Aquí, ahora, soy objeto de mi propia burla, y recojo las minúsculas piedras que hay en los huecos de las baldosas que componen el acerado para acumularlo en mi mano y volverlo a dejar en el suelo. Es normal que no me quiera. Veo dos coches pasar, uno rojo y otro negro. Me levanto y...no, no me levanto. Me duele, entre las costillas, punzante. Ahora pica, quema un poco. Vuelve a doler. No me levanto. No me quiere. Es normal, yo tampoco.

miércoles, 19 de agosto de 2015

19.08.2015

    He convertido nuestras calles en avenidas arenosas que ahora perfumo y baño en colonia de té blanco. Juegan y se ensucian un par de intenciones, otras charlan y nuestros cuerpos, observadores jovenzuelos que tratan con recelo el cariño de los dioses, enajenados, como objeto de cordel finito, siguen el azote del tiempo llenando sus miradas de simetría y deseo, pues el pecado es razón y henos aquí con razón, a pecar.

Entre factores de diferente textura elegimos ser madera ya quebrantada. Joven del ayer, fachada marchita de ser enérgico en el padecer, honroso elogio del que cae, pudiendo su roce concluir en destello. Luz.

En conmemorada cita somos servidumbre de nuestros semblantes (“¡qué bella”!) y acogemos en regazos de amor pausado la diferencia que creó la conciencia al tratar nuestra existencia. Matiz ilegible de un rincón oscuro, de piel inodora y sabor agridulce.

Así hablé, rogué y perpetué la calma de sus breves sonidos musicales que hoy atisbo allí, ahí, aquí. Mira, aquí.
(Foto de François Fontaine)

miércoles, 12 de agosto de 2015

Kamikaze.

    Hoy me paro y doy mi versión:

--- Llevo 12 días aguantando la respiración. El aire seca mis heridas y yo prefiero estar abierto a la posibilidad, dudar de la coalición de mis armas que me buscan en suicidio (de demanda personal).
Alocado encuentro de mis manos en secreto rezo, a espaldas de religión y sacramento, sin súplica aparente, gesto kamikaze, delata la sensación de culpa, así que maquillo el ambiente con semblante de noble, pero, al parecer soy bandido y mis mejillas están secas.

Salgo a pasear, en caza hambrienta me disfrazo de animal atormentado y me presto presa del asombro. Vienen a mi encuentro los que un día colgarán mi cabeza, armados, me llaman 'asesino' y yo, cobarde, echo a volar. 

Fui a pelarme, aún joven, allí adquirí vejez en el trato, hablando con el barbero de aventuras en lugares inventados por la demencia. Tan aturdido, el pobre, trató de dejarme marchar, yo, cruel, le dije la verdad: 'Soy pirámide de roca cobriza, en lluvia me desangro y contengo el fluir con harapos. Ahora túmbese, voy a escapar.'---

No hay confesión pues no he matado, solo muerto. Hoy vivo como cada día.



viernes, 7 de agosto de 2015

A.

    Atraviesa las arenas, mensajera, en virtud de sus palabras, hacia mí, que espero hecho ermitaño mientras canto las canciones de un abuelo que decía ser señor de tierras tan al sur que perdías la cabeza buscando sus faldas. 

Corre descalza, en alzas de un caballo de juguete, y yo, jinete de sueños, la envidio. Me lanza saludos y cometas, me pide que aprenda a volar y la espere en las dunas del atardecer. Quiere ver cómo me seco las ganas de sobrevivir y sublimo, siendo espíritu que vaga en protesta contra la eternidad y limita sus quehaceres al contemplar de un semblante bello como su florecer.

Trae recuerdos, inocentes, de lugares en los que prometió pensarme. Yo he quedado allí, partículas de cuerpo gaseoso, que se hizo vapor en su aliento.

Le repito, nocturna, mi disposición ante sus súplicas en ópera trágica. Sacrifico mi cuerpo en extinción, colgando de sus ramas y, como última estocada noto mi pecho en llamas. Pero, de repente, frío, mucho frío y de filos punzantes desciendo en blanco alud, sensible, buscando roca que me haga arroyo.