Y vuelven a gritar, se acabó la paz. Llaman
a la intemperie solicitando serenidad. Llegan donde correr sin rumbo,
ensanchando pulmones, sin miedo de coger aire y ahogar cuellos. Vendedores de
humo, engañan y satisfacen, aconsejan culto a lo prohibido y él cae. Todos
caemos. Somos ramas en manos con frío que buscan leño en la recóndita parada
del dolor. Seguimos luchando contra el solsticio de una adolescencia, traficando
con futuro e intentando convencer al convencido. Duras paredes, restos de muros
que combatieron mayores guerras. Soldados de una batalla eterna que continuará
en los infiernos de una vida adulterada. Un alma que, una vez pura, se dejó
envenenar.
Ahora
habla ¡HABLA! Quema tus palabras en
oídos de fuego que, sordos de consejos, ahogarán tu voz.
Calla,
ríndete antes de la desesperación porque arrastrarás nuestros restos como si
fueses marea, como río buscando el mayor de los océanos. Deja que la vida haga
su vida.