Hay conflicto en la sencillez, pretende mi cuerpo ser roca de fuego y yo me niego en conciencia. Ahí llega el orgullo, narcisista, doliente aventurero en pose caballeresca, duda de mí pero me ama y se hace sitio en mi entrega, grita ánimos de batalla pero siento su temblor en mi garganta, que llora en ardor. Ya vienen, ya llegan.
Acompañan mis pieles el tintineo de una campana relojera que susurra mi hora. Ni miro ni siento tacto alguno en las manos, pues las he dejado libres de pensamiento para poder imaginar siluetas que sin remedio olvidaré, mientras yo busco juez que oiga mi última súplica. Estoy solo. Ya vienen, ya llegan.
Me alcanza la primera en el hombro izquierdo, no importa, levanto el brazo derecho con dedos en gesto de caricia mientras me calmo contando un cuento a mi propia conciencia (...ambos callados, caminaban bajo la sombra de los olivos de su abuelo, hasta encontrar uno lo suficientemente frondoso en el que tenderse a perder la razón en un despliegue de cuerpos sin ropa...) la segunda atravesó mi muslo derecho, sin dolor apoyé la pierna derecha y me erguí, sabiéndome débil pero más cercano de un último...(¡crash!) la tercera se posa en mi pecho, convirtiéndome en títere de impulsos nerviosos involuntarios que me obligan a balancearme sin principio y con un único fin, cierro los ojos y tarareo, pues soy libre y moriré al son de mi propia melodía. Vinieron, llegaron.